CANTEMOS EL MAGNÍFICAT

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10 de diciembre de 2009.

 

 

Hoy, la lucha apenas comienza. El Dragón “rojo sangre” que se encontraba delante de María, “Llena de gracia”, en el Santo Nacimiento de Su Divino Hijo, Jesucristo, todavía está allí.

Él se apresta, igualmente, a devorar a “Sus hijos de la Tierra”, a los que Ella debe conducir hacia la Santidad. Pero los Santos Ángeles la escoltan. Así como acompañan al Espíritu Divino, ellos están prestos a proteger a los hijos de la Tierra que deben recibir “el Bautismo para renacer del agua y del Espíritu”.

Ella alcanza el desierto (es decir, el silencio).  Permanece, durante este Tiempo de Adviento, como lo hizo antes del Nacimiento de Nuestro Amado Señor: en oración, alimentada por el AMOR de Dios, en ese desierto (es decir, lejos del Mundo) para ver sólo a DIOS en Ella y para adorarLe. Sabe que DIOS, la ha alimentado por 1.260 días (como nos lo dijo San Juan).

Pero, qué importa el tiempo: sabemos que todo este Mal debe desaparecer, tal como se sabe que María no “puede ser una mujer ordinaria”. Ella es la Santa Madre de DIOS. Ella Le ha dado Su Sangre, que es Su Vida. Jesús tiene la misma sangre de Su Madre y Su Sangre es preciosa.

¿Cómo puede Ella conducirnos, hoy, a Su Divino Hijo, para hacer de nosotros los hijos a imagen de DIOS, con Su identidad? ¿Permitiremos a María hacerSe nuestra Servidora, sin siquiera intentar hablar, en Su favor, ante su HIJO?

DIOS está haciendo salir a los hijos de la Tierra, de ese abismo donde han caído. Él ofrece “Su Conocimiento”.

Bien se ve que el Señor rompe las barreras. Ya se escucha en nuestros corazones el “Magníficat”: DIOS ensalza a los humildes y despide a los ricos con las manos vacías. Si nuestra boca se calla todavía, nuestros corazones lo cantan, porque, si vosotros os ocupáis de los Pobres que mueren de hambre y de sed, DIOS se ocupará del Gran Salvamento, necesario y urgente, de este mundo que construye su propia muerte.

Yo os salvaré, a pesar de vosotros, porque, Yo, dice el Señor, Yo soy un DIOS de AMOR y de Compasión.

Palabra del Señor.