¡HE AQUÍ QUE YO VENGO!

Amén, ven Señor JESUS

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15 de agosto de 2008.

Asunción de MARIA

 

Dictado por JESUS y acompañado por Su Santísima Madre

y los Apóstoles San Pedro y San Juan

 

 

JESUS:

            Hija Mía, todo lo que tú escribirás para terminar la Obra que Dios ha puesto entre tus manos será confirmado por Mis fieles Apóstoles Pedro y Juan, que Yo he nombrado para ese fin, porque ninguno en la Tierra podrá ir más lejos.

            Porque los Misterios del Libro de la Vida van a descubrirse pronto. Y Solo Dios os lo dirá, en la apertura de ese Libro Santo y Bendito, el cual, ya Mi Padre Me ha dado la orden de abrir.

            Yo puse el trabajo en vuestras manos, las tuyas y las de todos aquellos que han sido igualmente escogidos para ayudarte y en quienes Yo he puesto Mi Confianza y Mis Bendiciones; todos aquellos que de lejos o de cerca difunden y difundirán todas la Palabras que Yo te he dado, serán igualmente Bendecidos.

            En el tiempo actual, nadie puede gloriarse de haber recibido de la Iglesia la confirmación de la autenticidad, de que las Palabras escritas en su obra vienen seguramente del Señor de Señores. Porque únicamente el Magisterio de Mi Santa Iglesia puede aprobarla y Yo le dejo entera responsabilidad, a fin de promulgar, con plena confianza, que Dios verdaderamente ha hablado.

            Todo lo que Yo apruebe y todo lo que, con Mi Santa Palabra Yo os he hecho conocer, no puede ser aprobado oficialmente más que por la Fe auténtica de vuestra Madre, la Santa Iglesia Católica. Y esto escuchando no sólo a los Santos canonizados, sino también la fidelidad a la Iglesia, unida a la Fe de sus grandes teólogos, que son los Apóstoles de Cristo que han escrito los Evangelios. Y vuestros Santos Papas, que reflejan en ellos la Alegría, el Sufrimiento y la Paz de JESUCRISTO, por no citar más que a vuestros dos últimos Papas contemporáneos, Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes se han dirigido al Pueblo, para reunir los hombres con Dios. Por la Fuerza del Espíritu Santo que vive en ellos de una manera especial en este Tiempo del Fin.

 

JNSR:

            Nuestro querido Papa Juan Pablo II, prescribió la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) el 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II, en el décimo cuarto año de su pontificado.

            Este libro es el reflejo auténtico de la Fe Católica de los Santos Apóstoles, de los Santos canonizados y de los Santos Papas. Nuestro Señor me inspira para que reproduzca varios extractos, para hacerlos conocer por muchos que no tienen esta obra.

            CIC, no. 1046: “En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:

            Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios… en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción… Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rom 8, 19-23).

            CIC, no. 2001: “La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad”.

            Condición de la Salvación, ver la 6ª sesión del Concilio de Trento:

            “La fe dispone a la Salvación, así como la humildad, el arrepentimiento, la esperanza. Mas sólo la caridad, que es una amistad recíproca por Dios fundada en la fe, hace entrar en la Salvación y merece la Vida Eterna”.

            CIC, no. 1021: El Juicio particular “La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (2 Tim 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en Su segunda Venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (Lc 23, 43) así como otros textos del Nuevo Testamento (2 Co 5, 8; Flp 1, 23; Heb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros”.

            Y para el gobierno de aquellos que aún dudan de la inmortalidad de cada alma, he aquí lo siguiente:

            CIC, no. 1022: “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (Concilio de Lyón II: DS, 857-858; Concilio de Florencia II: DS, 1304-1306; Concilio de Trento: DS, 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (Benedicto XII: DS, 1000-1001; Juan XXII: DS, 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (Benedicto XII: DS, 1002)”.

            “Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz, Dichos de amor y luz, 64).

            DS: Libro de los dogmas por Denziger – Schönmetzer.

            CIC, no. 1042: La esperanza de los Cielos nuevos y de la Tierra nueva: “Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio Final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:

            La Iglesia… sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo… cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 48).

            CIC, no. 1043: La Sagrada Escritura llama “Cielos nuevos y Tierra nueva” a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1, 10).

            CIC, 1044: En este “universo nuevo” (Ap, 21,5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá Su morada entre los hombres. “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 4; 21, 27).

            CIC, no. 1047: Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, “a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos”, participando en su glorificación en JESUCRISTO resucitado (San Ireneo de Lyón, Adversus haereses 5, 32, 1).

            CIC, no. 1012: Muerte cristiana: “La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:

            La vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo (Misal Romano: Prefacio de difuntos).

            La Parusía es el Regreso Glorioso de Cristo en el fin de los Tiempos. La Iglesia hace de esto su fe, desde las primeras enunciaciones del Símbolo de Nicea, pero ella piensa habitualmente en el Fin del mundo, y no en la hora de la muerte. Es así que cada difunto, en su juicio particular, se encontrará ante Cristo, Soberano Juez y soberanamente Misericordioso. Por consiguiente, igualmente Glorioso.

            CIC, no. 1040: El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo Glorioso[1]. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; Sólo El decidirá su advenimiento. Entonces El pronunciará por medio de Su Hijo JESUCRISTO, Su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la Creación y de toda la economía de la Salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la Justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por Sus criaturas y que Su Amor es más fuerte que la Muerte (Cant 8, 6).

            CIC, no. 992: La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a Su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios Creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El Creador del Cielo y de la Tierra es también Aquél que mantiene fielmente Su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:

            “El Rey del mundo, a nosotros que morimos por Sus Leyes, nos resucitará a una vida eterna (2 Mac 7, 9). Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por El (2 Mac 7, 14; 7, 29; Dn 12, 1-13).

            La Salvación de los paganos:

            CIC, no. 1260: “Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio Pascual”. (Concilio Vaticano II, GS 22; LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y Su Iglesia, busca la verdad y hace la Voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.

            Mi hipótesis sobre la Parusía de Cristo en el momento de la muerte pretende resolver el misterio “de un modo conocido sólo por Dios” (CIC, no. 1260)

 

     

 

(1) JNSR: El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo Glorioso: esta frase, elíptica, podría dar a entender que el Juicio final (por tanto, el Fin del mundo) intervendría “cuando se realizase el Regreso Glorioso de Cristo”. Así, antes del Fin del mundo, habrá, después del Fin de los tiempos del pecado: “la Tierra nueva y los Cielos nuevos” con Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (CIC, no. 1043), donde “no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas” (CIC, no. 1044), “ a fin de que el mundo mismo sea restaurado a su primitivo estado” (CIC, no. 1047). Primer estado: el Jardín del Edén.

 

 

 

 

 



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