LLAMADA POR JESUS

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8 de abril de 2008.

 

 

JNSR:

            Cuando Dios me llamó para escribir Su Palabra de Verdad, antes, yo he debido pasar por mis pruebas.

            A partir de 1970, yo fui catequista en mi parroquia durante ocho años.

            A la salida de mi trabajo, yo me rendía entre los niños. Me sentía muy feliz, por enseñar la Vida de Nuestro Señor, sobre todo porque yo me instruía al mismo tiempo que esos pequeños. Pues muchas veces, el Dulcísimo Maestro venía en mi auxilio: en ese momento y aún después de ese instante, Dios comenzó a hablarme. En cuadernos, yo escribía la Vida de Nuestro Señor, de Nuestra Santa Madre y de los grandes Santos. Todo me era relatado, de vez en vez, por JESUS, por MARIA y por cada uno de los grandes Santos que venían a visitarme.

            Yo experimentaba una gran alegría que, pronto, se transformó, o más bien, fue mitigada, permaneciendo como una alegría incomparable: entretanto, yo sufrí los asaltos del Maligno, a través de los sarcasmos de mi familia. Muy a menudo, he debido sofocar esa gran felicidad y esconderme, para escribir esas preciosas Palabras en mis cuadernos. Yo trabajaba en una oficina, donde podía manifestar mi alegría, al leer a algunos compañeros lo que yo recibía.

            Pasados algunos años, después de jubilada, algunos lloraron mi ausencia, porque muchos, en mi lugar de trabajo, se habían convertido. Debo decir que amaba mi trabajo y que, cuando yo hablaba de Dios, lo hacía en la cantina, a la hora del almuerzo. ¡Gracias, Dios mío!

            1978: Después de esos ocho años, el Señor me llama para que acuda a San Damiano, a agradecer a la Santísima Virgen por haber recuperado la vista. Porque, tras mi curación milagrosa, pues yo estaba condenada por la medicina, JESUS me tomó la palabra: “Señor, si me devuelves la vista, podrás hacer de mí lo que desees”. Y el Señor, que me había escuchado, me lo recordó, para que yo agradeciera a Su Santa Madre, que ha sido ciertamente, la Abogada de mi causa.

            Allí, en “el pequeño Jardín del Paraíso”, fue donde comencé a vivir más en el Cielo que en la Tierra: yo contaré un día, si Dios me lo permite, todos los milagros que yo he vivido desde mi primera peregrinación a San Damiano.

            Hoy, yo me acuerdo de todas esa etapas pero, para escribir sobre esta nueva vida con Dios, me tomaría mucho tiempo. Y el Señor me pide, en primer lugar, instruir a Sus hijos con Sus Palabras actuales, para este Tiempo del Fin.

            Siempre en 1978, por la conversión de mis cinco hijos, comencé mi primera novena de peregrinaciones a San Damiano: nueve peregrinaciones en nueve meses. Yo cumplí, así, cinco novenas de peregrinaciones.

            Yo empecé la sexta novena para que la Santísima Virgen salvase a mi hijo menor en Dakar: habiendo recibido un golpe en la cabeza, él se encontraba en estado de coma. Fue suficiente que yo pidiese a MARIA Santísima que nos concediese la vida de este niño, para que, en el mismo instante en que prometí cumplir esta sexta novena, el pequeño de 7 años, abriese los ojos y se sentase sobre la mesa de operaciones para decir al doctor: “¿Qué hago aquí?”. Heme así, comprometida con la Santísima Virgen para la sexta novena. Al final de esta sexta novena (54 peregrinaciones en 54 meses), yo había cumplido mi promesa.

            Pero entretanto, de 1981 a 1984, el Señor me pidió cuidar de los enfermos, ir a los hospitales y a las casas donde se me llamase, allí donde los enfermos no pudiesen moverse. Durante esos tres años, con mi querido esposo Antonio, que me acompañaba a todas partes, nuestro pequeño pueblo nos conocía y mis manos y mi Oración, se convirtieron en los instrumentos de los que Dios Se servía para cuidar y sanar a Sus hijos enfermos.

            Las más graves enfermedades obedecían a Dios y partían para siempre. Así, decenas y decenas de enfermos recobraban totalmente su salud. Nosotros vimos milagros inauditos. Nosotros vivimos, mi marido ya enfermo de una bronquitis crónica, contraída durante la guerra (en Monte Cassino), y yo misma, una época más que increíble. Yo tendré el placer de relatar, más tarde, este fantástico período, si Dios me da el tiempo suficiente para hacerlo.

            Eso duró tres bellos años. Mi Antonio era el testigo vivo de ese Tesoro que el Señor me había confiado: sanar en Su Nombre, porque es Dios quien sana. Después, mi Dios me pregunta:

            _“Hija Mía, ¿Cuál es tu conclusión?”

            _“Señor, ellos no van a la Misa más que el día de su sanación”. Era 1984, cuando terminé la sexta novena, entonces JESUS me dijo:

            _“Ahora, Yo te pido que cuides de Mis almas”.

            Luego, JESUS me dirige hacia Su Santa Cruz de DOZULE. Con mi querido Antonio, organizamos las dos grandes peregrinaciones anuales de Dozulé. Durante 15 años, nosotros guiamos a los peregrinos con Amor, hasta 1999, cuando Antonio cae muy enfermo; entretanto el Señor me pide abandonar Isère e ir a vivir a Bretaña, a Santa Ana de Auray. Sin discutir, nosotros obedecimos, vendimos nuestro apartamento y partimos, lejos de todos nuestros hijos.

            Dejamos en otras manos las peregrinaciones a Dozulé, que siempre estuvieron acompañadas de grandes conversiones. La Cruz me atraía tanto, que lloré al dejar Dozulé en otras manos, ya escogidas por Dios. Pierrette, a quien agradezco desde e fondo de mi corazón, se hizo cargo de esta sucesión. Que Dios la bendiga, porque ella está sola para llevar a cabo todo ese trabajo y Dozulé es verdaderamente la Cruz. Mas Dios siempre está allí, a pesar de la resistencia de ciertas personas que se sublevan en contra del Proyecto de Dios, de hacer elevar Su Cruz de la misma altura del Gólgota (738 m.), donde JESUS ha entregado Su Vida por todos nosotros, sobre Su Cruz de Amor.

¡Ay!, en la hora actual se continúa desobedeciendo a Dios…

            En 1988, cuando todavía organizábamos las peregrinaciones a Dozulé, el Señor me pidió que comenzara a escribir Su primer libro: “Testigos de la Cruz, volumen 1”, que comencé el 19 de octubre de 1988 y terminé el 26 de julio de 1993, en la Fiesta de Santa Ana y San Joaquín. En 343 páginas, está la obra de Dios, y para que ella pudiese comenzar a difundirse, nos fue necesaria la Ayuda de Dios.

            Su apoyo jamás nos faltó. Su auxilio es la prueba de la existencia de Sus libros, que comenzarían a darse a conocer incluso fuera de Francia. Nuestro Señor reunió a todos Sus amigos para conformar este equipo que, como Sus libros, nos valió el nombre de “Testigos de la Cruz”, así que Dios terminaba de decir, en el momento de su constitución:

            “Yo les he reunido, cada uno para su trabajo y Yo vi que eso era bueno”.

            Dios nos da, a cada uno, “esa Inteligencia Divina” que fue y que es, para cada uno de nosotros, el primero de los atributos para reconocernos en El, a fin de que el Todopoderoso pueda reconocerSe en nosotros, gracias a la Fidelidad de nuestra promesa de seguirLe.

En Obediencia al Señor