EL PERDON DE DIOS – JUDAS

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15 de febrero de 2008.

 

 

JNSR:

            “Dios Mío, ¿por qué me habéis abandonado? Desde el fondo de mi tormenta, yo he clamado a Vos, enferma, con mi cuerpo sufriente, magullada de los pies a la cabeza, sola, siempre sola, tanto de día como de noche”.

            Lamentándome así a JESUS, se me aparece una imagen de Jesús flagelado, atado con cuerdas, arrastrado chorreando sangre delante de esa asamblea gesticulante que Le juzgaba. El Señor me dice:

            “¡Ves como Yo soy tratado todavía!” Entonces, yo veo prisiones muy sombrías. Hombres encogidos, desnudos, en un estado lamentable; eso exhala el olor del sudor y la sangre. JESUS me dice:

 

JESUS:

            En estos tiempos de desolación, los hijos de Dios aún son perseguidos, escondidos en lugares donde nadie puede ver hasta que punto llegan los verdugos sin fe ni ley. Vuestros hermanos mueren, sufriendo el martirio, y los tiranos están abrigados tras el Poder absoluto que gobierna esos países de régimen totalitario.

            Sí, y vosotros Me escucháis aún deciros que perdonéis a vuestros enemigos. Y vosotros Me escucháis aún decir, una vez más, a Mi Padre: “Padre, perdónales, ellos no saben lo que hacen”. Entonces vosotros clamáis muy fuerte: “¡Eso es imposible! Para esos asesinos, no puede haber Perdón”. Y Dios debe continuar liberando de vuestras manos, prestas a ser asesinas, al culpable que se escapa para vuestro bien: ¡No matarás!

            Yo voy a hablarte de Judas. Por medio del martirio, por su falta de coraje, por no llegar al sacrificio supremo por su Dios, como todos los Apóstoles lo aceptaron (sin contar a Mi Juan, llamado a servir a Mi Santa Madre, hasta Su último suspiro en esta Tierra), Judas presentía el destino que esperaba tanto a los servidores como al Maestro. Por ese miedo, que superaba a su Amor por Dios, y sobre todo, para resarcirse de la humillación causada por la gran decepción de su orgullo, que esperaba ver a su Maestro tomar el poder, a la cabeza de ese gran país, Judas se convirtió en el Traidor, juzgándose traicionado por Aquél a quien colocaba en lo más alto de su estima, Aquél que mandaba sobre la Muerte. El que ahora no podía hacer nada por Sí Mismo, mientras que él, Judas, Lo llevaba hasta las nubes…

            De aquí que él decida hacer morir a su ídolo. Participa en esa condena a muerte, no por el dinero, sino por decepción. Judas fue engañado y es JESUS quien, por él, pasa a ser el infiel, aquél que traicionó el Amor que Judas Le tenía. En su amargura, él invirtió los papeles: él era el inocente y JESUS el culpable, que lo tenía profundamente decepcionado.

            Sigo hablándote. ¿Habré pronunciado la sentencia final contra Judas? ¿Podréis vosotros saber de que color fue su alma, en su último suspiro? ¿Quién de vosotros, todavía hoy, puede medir Mi Santa Misericordia?

 

Padre, perdónales, porque ellos no saben lo que hacen (Lc 23, 34)

 

            Por cada uno de vosotros, como por Judas, para subir a Mi Cruz, Yo Me desnudé de toda Divinidad, tanto en Mi Sufrimiento como en Mi Muerte. Mientras que los Poderosos de Mi País (Mis verdaderos enemigos) creyeron triunfar y no podían reconocer en Mí al Hijo de Dios, Judas Me vio, tal como Yo estaba, abandonado por el Cielo y la Tierra. Cargando con los dolores de toda la Humanidad, con todos los horribles pecados del Mundo, pasados, presentes y futuros. Vencido delante del triunfo de todos los soberanos de Israel y de Roma. Judas Me vio entonces como su hermano de sufrimiento y lloró de impotencia ante todo ese mal, en el cual él mismo había participado, sin poder remediarlo en lo sucesivo.

            Judas vio también al Padre llorar de impotencia, delante de la Santa Redención del Mundo que, para cumplirse, debía conducir hacia la Muerte, en un Sufrimiento de Amor, lo más cruel posible, al Redentor, Su propio Hijo. Para hacer morir todos los pecados con los que Yo estaba revestido, Yo debía morir en Mi Cruz.

            Ante todo este Mal, y aún en este Mal, era necesario que Yo Me sintiese solo y abandonado. Entonces, grité al Padre: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has abandonado?”.

            El Padre no podía aniquilar la Resurrección, todos Sus hijos se debían beneficiar de ella. Todo debía cumplirse, la Salvación del hombre tenía ese precio. El Padre tenía que dejar morir a Su Hijo. Dios debía morir y resucitar.

 

Nadie es excluido del Amor de Dios.

 

            Si el Papa perdonó al hombre que quería su muerte, si ese asesino fue perdonado por Mi Vicario Juan Pablo II, cómo el Maestro, Fuente de Amor y de Inteligencia, El, que enseña a Sus Apóstoles que El es el Camino, la Verdad y la Vida, ¿cómo Yo, vuestro Señor JESUCRISTO, habría podido juzgar de otro modo a Mi compañero, a Mi hermano extraviado?

            Dios es Amor. La separación no puede venir de Dios. Ella es unilateral, porque sólo el hombre puede pecar y amar a la vez.

            Dios Se deja tocar con todas vuestras Misas por el Arrepentimiento Mundial por todos aquellos que no han sentido todavía el dolor por sus faltas. Dios os perdonará. Su Perdón puede ser general. ¡Insistid!

La Absolución abre la puerta de la Paz de Dios.

JESUCRISTO

 

 

JNSR:

            Después de este escrito, JESUS me dice: “Y tú, ¿sabrás perdonar y soportar todo por el Amor de tu Dios?”.