¡REZAD, HIJOS MIOS!

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18 de agosto de 2005.

JNSR: A comienzos del mes de julio, pasé una decena de días con la familia en la Alta Provenza. Una noche de este verano se desencadenó una terrible tempestad; el ruido de los truenos parecía que iba a hacer estallar las montañas circunvecinas, que tomaban un color rojizo, con el continuo rasgar de los relámpagos; se veían brillar a través de una cortina de lluvia incesante. El agua, los relámpagos, los truenos, el viento, se lanzaban contra ese bello paisaje de la Alta Provenza. Nos sentíamos como sumergidos en un auténtico diluvio y, en realidad, si la casa no hubiese estado construida en una colina, bien podíamos temer una gran inundación.

¡Cuánta agua! ¡Cuánta agua, escurría alrededor de esa casa provenzal, esa noche! Los olivos bebían hasta la saciedad. Sin los relámpagos, y para colmo con la falla de la corriente eléctrica, la noche bien podría haber sido absolutamente oscura; hasta las estrellas se habían escondido por completo.

En ese momento, recostada en el cuarto ante las montañas, contemplaba a través del agua que escurría los montes azul plateado, pensando tristemente que Dios podría haberme olvidado y que tal vez El ya no me amase. ¡En las vacaciones, yo rezaba menos, no hacía grandes cosas y seguramente que debía estar disgustando mucho a mi Dios!... Y entonces, hice esta oración a mi Señor Bienamado:

 

“Señor, Dios mío, perdonadme, si Os ofendí,

 pero no puedo vivir sin saber

si todavía me amáis

y si no Os olvidasteis de mí.

Dadme una Señal, Señor:

Haced parar inmediatamente esta tempestad,

 esta lluvia torrencial, este viento violento,

 estos relámpagos, estos truenos”.

 

¡Maravilla! Todo este estruendo se detiene inmediatamente y las estrellas reaparecen. No se si estará bien considerar escéptica a mi familia, en la mañana siguiente, cuando cada uno decía: “¡Caramba! Pensábamos que la tempestad no terminaría jamás y, de repente, un silencio increíble, todo se detuvo como por encanto…”

Yo guardé solo para mí, mi “increíble” Oración y la sorprendente respuesta que de ella recibí: Dios me ama, Dios jamás Se ha olvidado de mí, ni en mi duda, ni en mis faltas.

Yo se que Dios nos ama pequeños, confiados, sin dudar de Su Amor Infinito. El propio Dios me respondió, para cada uno de nosotros:

 

“Yo os amo,

pero ¡REZAD, hijos Míos!”